Últimamente la clase política anda demasiado empeñada en educar la sexualidad de los ciudadanos. Todo político que se considera de bien se ha creído que hará una gran contribución a la humanidad cuando consiga imponer como práctica habitual, tirando de talonario legislativo, aquello que los nuevos eruditos del orden mundial han convenido en llamar el “sexo seguro” y la “planificación familiar”.
A este carro no sólo se apunta la progresía mundial y nacional, incluso la parte de ella asqueada del partido socialista y de sus líderes y lideresas, sino que también parece apuntarse una parte del liberalismo y hasta del conservadurismo pepero y, ¿cómo no?, todo aquel profesional o comercial que de ello haga su negocio.
Esta casta política que nos dirige –y la mediática que les hace el juego– que acusa de querer meterse en política y de ultra algo a todo ciudadano independiente –ordenado o laico– que ose criticar sus desvaríos, temiendo que alguien que no ha medrado en la incubadora del partido –o del periódico de turno– pueda tener audiencia y suponer un reclamo que les reste protagonismo, se cree que los padres de este país y sus hijos son poco menos que unos pauvres malheureux a los que tienen el deber de educar sexualmente y explicarles lo que es un préservatif y que les enfants ne viennent pas de Paris.
Pero esta gente no tiene ni idea de educación sexual, en especial Bibiana o Trinidad, que aparte de conocer todas las técnicas antimaternidad, pasando por la de matar a los hijos antes del parto, no parece que hayan estudiado mucho más de lo que hayan podido aprender viendo la serie “Física o Química”. Programas de instrucción en técnicas masturbatorias en Extremadura, mapas del clítoris y reparto de condones de sabores en Andalucía, videos de sodomías efebofílicas en Cataluña, webs para “sexpresarse” que parecen panfletos de propaganda de sexshop que explican técnicas como el “fisting” o la introducción de lo que llaman “juguetes” al más puro estilo “hardcore”, monitores de educación sexual formados por la federación de gays, lesbianas, homosexuales a tiempo parcial y transexuales, etc., son los exponentes de esta nueva educación venérea con la quieren modernizar a la nueva ciudadanía.
Esta que gente se ha tragado la trola de que no se nace con un sexo sino que con la ¿madurez? se va eligiendo un género, que se ha creído que el sexo es un juego donde la maternidad no cabe si no es como la expresión de otro deseo, que se ha dejado embaucar por la industria farmacológica en su empeño de hacerles creer que lo que libera a las mujeres es que consuman sus hormonas sintéticas para bloquear sus ovulaciones desde que tienen la regla, o que lleven metidos en sus úteros unos alambres para impedir que sus hijos echen raíces en el manto nutricio de sus entrañas, y que enfundarse el pene con un plástico “aromatizado y edulcorado” protege de todo tipo de enfermedades. Esta gente, repito, que se ha pensado que es inevitable que todos los adolescentes sean unos salidos, promiscuos e infieles con las gónadas por cerebro, que la virginidad y la fidelidad son una lacra machista y ultra clerical, que la relación entre un joven y una “jóvena” no tiene sentido sin que medie el placer venéreo al extremo de vacunar a toda niña de 14 años contra un virus que el condón no consigue frenar. Esta gente es la que nos quiere educar y darnos lecciones de sexualidad.
Pero estos libertarios que van de salvadores no están ofreciendo una educación sexual sino una educación venérea, reitero, que traerá con el nuevo orden de su progresista modernidad la muerte de millones de seres humanos en el inicio de sus vidas, la desgracia de miles de adolescentes y devastadoras consecuencias demográficas y epidemiológicas que pondrán en riesgo nuestra civilización en no demasiadas décadas.