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domingo, 28 de febrero de 2010

UN PRECIOSO TESTIMONIO DE UNA MADRE Y MATRONA.

Me llamo Mª Lourdes Palau.
Soy madre de 4 hijos y trabajo como matrona, desde hace más de 26 años.
Una de las satisfacciones más grandes de mi vida ha sido cuando las madres, y han sido muchas, ya con sus hijos en brazos y con una sonrisa de gran felicidad en sus labios, han venido a darme las “gracias” por haberlas animado a seguir adelante en su gestación en un momento de duda y sufrimiento.
Comparto lo que afirman los sicólogos:
No hay que hablar más de hijos “deseados” o “no deseados”, sino de hijos aceptados (pues en realidad es lo que importa).
Para que los hijos sean felices no es “imprescindible” que sean deseados, ¡ni mucho menos! sino aceptados.
A lo largo de estos 26 años yo no he visto ninguna diferencia entre “embarazos deseados” o “no deseados” si el embarazo es aceptado en un determinado momento.
Cuando la madre ya acepta su situación se la ve muy feliz, siempre, siempre, y llega a querer a su hijo de la misma manera que la mujer que lo ha “buscado” durante largo tiempo.
Por mi experiencia sé que una madre con una “gestación-sorpresa”, muchas veces sólo necesita unas palabras de ánimo. Muchas veces es lo único que necesita.
Otras veces, quizás, más apoyo, pero lo más importante es darles tiempo porque, hacia la mitad del embarazo, o casi siempre mucho antes, (entre la semana 12 y la semana 20) surge su “instinto maternal” y ya no consentirán que nadie mate a su bebé...
Cuando se les da la ocasión (yo siempre lo hago) de que la madre escuche el latido del corazón de su hijo (supongo que ya sabéis que late a las 6 semanas, cuando la madre acaba de “sospechar” su embarazo) prácticamente todas las madres que oyen este corazoncito comienzan a aceptar y amar a su hijo y a desear protegerlo. Pero hay que darles la ocasión de oírlo ¡claro!
¡A cuántas mujeres he visto entrar angustiadas en la consulta, y con dudas de seguir adelante el embarazo y, pocas semanas después, ser una madre sonriente, feliz y entusiasmada con los movimientos de su bebé y que espera contenta e impaciente el nacimiento de su hijo!
¡Podéis imaginar mi alegría y alivio!
¡Démosles una oportunidad, a ellas, y a sus hijos!
Nunca una mujer será “objetiva” en una “ley de plazos”. Muchas veces la mujer no está sicológicamente en condiciones de tomar esta decisión tan grave, en ese breve tiempo y que, además, le afectará toda la vida, ya que, entre muchas otras secuelas, será extremadamente difícil que pueda quitarse el sentimiento de culpa…

Hay un consejo muy sabio y sensato: “Nunca hay que tomar decisiones graves, serias, vitales, cuando se está en desolación...”, porque probablemente nos equivocaremos.
Y en los primeros meses del embarazo todos sabemos que es muy frecuente (debido a las hormonas de la maternidad) que la mujer se encuentre mal, tanto física como sicológicamente (nauseas, vómitos, malestar, cansancio…) y eso, añadido a circunstancias agravantes (personales, familiares, sociales, etc.) hacen que ella, en absoluto, esté en condiciones de tomar una decisión objetiva y acertada, sobretodo si recibe fuerte presión en contra, del tipo que sea.
Si el vientre materno fuera de cristal ¡podríamos contemplar este milagro de la vida! ¡Cómo se va formando este nuevo ser humano él solito, sin que su madre haga nada especial: simplemente protegerlo, acogerlo! ¡Qué maravilla!
Recuerdo al principio de ser matrona, asistiendo a un aborto involuntario, cómo sostuve en mi mano temblorosa, un pequeñín de unas 10 semanas (que mediría unos 4-5cms. y que cabía de sobra en la palma de mi mano).
Era un pequeño varón, y lo contemplé largo rato, llena de admiración: nunca había visto algo tan pequeño y tan perfecto. Estaba con los párpados cerraditos y todo su cuerpecito ya completamente formado; parecía dormir en mi mano, pero estaba muerto.
Se distinguían perfectamente los minúsculos bracitos, piernecitas, deditos, uñitas, orejitas… ¡Nunca había visto algo tan pequeño y tan perfecto! ¡Sin comparación con ninguna muñeca hecha por mano humana! Y yo no me cansaba de contemplarlo, llena de admiración…
No sufrí mucha pena porque había sido involuntario y el pequeñín ya no sufría.
Pero sí recuerdo, aún impresionada, cómo lloré la vez que asistí a otro aborto espontáneo, involuntario e imprevisto:
Eran dos gemelitos, de 20-22 semanas (la Ley en nuestro país permitirá el aborto hasta esa semana).
Los pequeños estaban perfectamente formados. Aunque su tamaño era el doble de grande que el otro pequeño que acabo de comentar, seguían siendo tan pequeños que cabían en mis dos manos.
Nacieron vivos y agonizaron largo tiempo delante de mí. Abrían sus pequeñas boquitas buscando un aire que sus pequeños pulmones, tan pequeños e inmaduros, aún no podían asimilar.
Yo lloré desconsolada, llena de impotencia, y sin poder hacer nada por ellos, por su inmadurez y por ser tan pequeñitos.
Pensé: si da tanta compasión verlos morir sin remedio, tan pequeños e indefensos, ¿qué será un aborto provocado en el que se les destroza sin compasión? ¿Qué ser humano es capaz de hacerlo? Me parecía, y me parece, casi inconcebible…
¡Qué compasión y horror sentimos cuando vemos a un bebé maltratado y sufriendo! Os aseguro que la compasión es mayor si el bebé es aún más pequeño y, dentro de su madre, no tiene quién lo defienda y ni siquiera puede, con su dolor, su llanto desgarrador y su desvalimiento, enternecer un corazón endurecido…
Después de todo aborto hay un duelo, un dolor, un vacío por ese ser humano que ha desaparecido, pero cuando el aborto es involuntario y espontáneo la madre lo supera muy bien, sin secuelas, y aún más pronto si se queda embarazada de nuevo. Esto es porque no hay sentimiento de culpa.
Pero es muy distinto si el aborto ha sido voluntario, provocado.
He comprobado y sabemos que una madre nunca, nunca, olvida al hijo que ella ha permitido que se le mate. Aunque pasen muchos años…
Sólo Dios podrá, si ella se lo pide, aliviarla y sanar esta profunda herida. Pues, con la triste experiencia de millones de abortos en España y en el mundo, sabemos que quedan secuelas de diversos tipos: físicas, síquicas y morales.
Sabemos qué difícil es tratar y quitar el “Síndrome post-aborto”, y qué difícil es que se perdonen las mujeres a ellas mismas, y que perdonen a los que no las ayudaron a seguir adelante su maternidad y cómo es su resentimiento hacia quienes les ayudaron a abortar sin informarles antes adecuadamente de todo esto.
Con la Ley, tristemente ya aprobada, ya no podremos salvar “en general”, a muchos niños sino, de uno en uno, a todos los que podamos…
Personalmente estoy convencida de esto:
Un hijo es siempre, siempre, siempre, una Bendición, tanto para la madre como para la familia que lo acoge, venga “como venga” y venga “cuando venga”, por adversas que sean las circunstancias o las condiciones en ese momento.
Las circunstancias pueden cambiar, mejorar, pero un hijo cruelmente asesinado ya nunca se recupera.
También hay algunas personas que piensan que se puede hacer pasar a los bebés un “control de calidad” y, según éste, decidir su vida o su muerte antes de nacer.
¿Qué madre lo haría con su hijo ya nacido? ¡Seguro que no dudará en cuidarlo lo mejor posible! Vemos que hay hijos con muy poca salud pero que hacen inmensamente felices a sus padres y a su familia. Los enriquecen, absolutamente, y estos hijos, debidamente atendidos, pueden ser muy felices igualmente. Hay infinidad de testimonios de esto que digo.
Pido que ninguna mujer aborte sin ser informada de todo esto y, también, que sea informada de lo que va a sufrir su pequeño, antes de morir destrozado, descuartizado. Que ninguna madre pueda decir: ¡Yo no lo sabía!
Como mujer, como madre y como matrona, estoy convencida y quiero afirmar, de nuevo, que un hijo siempre, siempre, es un Don de Dios, una Bendición para la familia que lo acoge.
Seguro que esta opinión es compartida por la inmensa mayoría, sobre todo si sois padres.

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