“Todo individuo tiene derecho a la vida” reza la Declaración Universal de los Derechos Humanos, afirmando ese derecho dado por la naturaleza a vivir en cualquier fase de su desarrollo biológico. La vida es un devenir que comienza con la gestación y genera un tertium existencialmente distinto de la madre, es decir, un nuevo y diferente ser humano, vivo y viviente, al que hay que respetar. Por esta razón, el Estado debe ser garante y no puede obstaculizar el proceso de su desarrollo.
Sólo en el terreno ideológico, que parece ser la única realidad absoluta que conocen los distintos partidos políticos españoles, el Gobierno de España presidido por Rodríguez Zapatero, debería apreciar que el aborto no es de izquierdas, al menos si atendemos a los presupuestos históricos del socialismo. La izquierda, se supone, como ellos no se cansan de repetir, defiende el movimiento obrero y a los más débiles. El aborto no es una cuestión trivial, está en juego una vida humana. La actual Ley y la nueva normativa no son lícitas. Ninguna sociedad democrática puede legitimar qué vida merece ser vivida y cuál no. ¿El aborto es un derecho de la madre sobre el hijo? La propiedad sobre las personas, por fortuna, ya fue abolida, por tanto, no es razonable la propiedad sobre el hijo.
Que España se aboca a un disparate cuya consecuencia puede ser el mayor cataclismo no es ninguna retahíla irreflexiva. La sinrazón opera en el Gobierno de España, empecinado en hacer de aborto un derecho y una necesidad de la dignidad de la mujer. Recordemos el desvarío de la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, que llevando la contraria a ginecólogos, microbiólogos, genetistas y otros científicos afirmó con pasmosa autoridad que el feto de 13 semanas “es un ser vivo, lo que no podemos hablar es de ser humano porque eso no tiene ninguna base científica”. Poco tiempo después, dos eminentes catedráticos, Nicolás Jouve de la Barreda y César Nombela, fueron desgranando ante Aído las claves de la vida durante cuarenta minutos de exposición que la vidente ministra cortó con una tajante frase: “Para mí (¿opinión científica?) la vida humana no tiene ningún valor hasta el nacimiento”. Sin duda, Aído desconoce que a carga genética de un ser humano ya se halla en su totalidad en el cigoto – el resultado de la unión del gameto masculino con el femenino – y acompaña al ser humano hasta su muerte. Aído desconoce que en el momento de la fecundación ya se sabe si el ser humano en cuestión será alto, bajo, rubio o moreno… pero ella sólo pudo y sólo supo, con el descaro del ignorante y, en consecuencia, del perverso, decir que todas esas explicaciones científicas eran demagogia porque iban en contra de su ideología.
Si el siglo XX vivió la guerra de los totalitarismos, el siglo XXI está viviendo la guerra entre la vida y la muerte. Por ahora la cultura de la muerte está asentada cómodamente reconocida por el Parlamento democrático. Los defensores de la vida son muchos, pero en España no cuentan con suficiente apoyo político, económico ni mediático. Son francotiradores cuya arma es la razón y la ciencia. Nadie puede poner en duda que la vida humana, por sí misma, es digna y valiosa. Nadie puede discutir, consecuentemente, que hay la necesidad de respetar y cuidar esa vida en cualquiera de sus estadios biológicos. Una sociedad que quiera llamarse democrática puede fomentar y promover a cultura de la muerte.
Qué la vida humana debe respetarse desde su comienzo hasta su final es una verdad que no necesita vencer, sino convencer al ignorante o malévolo. En Estados Unidos, desde que se iniciaron las campañas de ayuda a las mujeres embarazadas para que no abortasen, la cifra de abortos ha disminuido considerablemente. Sin duda hay que prestar todo el apoyo a la mujer, pero ese apoyo no puede ser la fácil solución de decirle: puedes abortar, es un derecho. Cuando una persona conoce todo el misterio, inteligencia, belleza y bien que existe en todas las etapas de la vida humana, desde la grandeza del poder genésico hasta las fascinantes relaciones biológicas que se establecen entre la madre y el hijo que lleva en su seno, cuando se conoce el desarrollo del ser humano desde el cigoto hasta el momento del parto, surge el respeto, e amor sincero por ese ser y en consecuencia la actitud de protección. De la unión de un espermatozoide y un óvulo humanos surge la creación más bella y valiosa del universo: un ser que viviente y amante.
Sólo en el terreno ideológico, que parece ser la única realidad absoluta que conocen los distintos partidos políticos españoles, el Gobierno de España presidido por Rodríguez Zapatero, debería apreciar que el aborto no es de izquierdas, al menos si atendemos a los presupuestos históricos del socialismo. La izquierda, se supone, como ellos no se cansan de repetir, defiende el movimiento obrero y a los más débiles. El aborto no es una cuestión trivial, está en juego una vida humana. La actual Ley y la nueva normativa no son lícitas. Ninguna sociedad democrática puede legitimar qué vida merece ser vivida y cuál no. ¿El aborto es un derecho de la madre sobre el hijo? La propiedad sobre las personas, por fortuna, ya fue abolida, por tanto, no es razonable la propiedad sobre el hijo.
Que España se aboca a un disparate cuya consecuencia puede ser el mayor cataclismo no es ninguna retahíla irreflexiva. La sinrazón opera en el Gobierno de España, empecinado en hacer de aborto un derecho y una necesidad de la dignidad de la mujer. Recordemos el desvarío de la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, que llevando la contraria a ginecólogos, microbiólogos, genetistas y otros científicos afirmó con pasmosa autoridad que el feto de 13 semanas “es un ser vivo, lo que no podemos hablar es de ser humano porque eso no tiene ninguna base científica”. Poco tiempo después, dos eminentes catedráticos, Nicolás Jouve de la Barreda y César Nombela, fueron desgranando ante Aído las claves de la vida durante cuarenta minutos de exposición que la vidente ministra cortó con una tajante frase: “Para mí (¿opinión científica?) la vida humana no tiene ningún valor hasta el nacimiento”. Sin duda, Aído desconoce que a carga genética de un ser humano ya se halla en su totalidad en el cigoto – el resultado de la unión del gameto masculino con el femenino – y acompaña al ser humano hasta su muerte. Aído desconoce que en el momento de la fecundación ya se sabe si el ser humano en cuestión será alto, bajo, rubio o moreno… pero ella sólo pudo y sólo supo, con el descaro del ignorante y, en consecuencia, del perverso, decir que todas esas explicaciones científicas eran demagogia porque iban en contra de su ideología.
Si el siglo XX vivió la guerra de los totalitarismos, el siglo XXI está viviendo la guerra entre la vida y la muerte. Por ahora la cultura de la muerte está asentada cómodamente reconocida por el Parlamento democrático. Los defensores de la vida son muchos, pero en España no cuentan con suficiente apoyo político, económico ni mediático. Son francotiradores cuya arma es la razón y la ciencia. Nadie puede poner en duda que la vida humana, por sí misma, es digna y valiosa. Nadie puede discutir, consecuentemente, que hay la necesidad de respetar y cuidar esa vida en cualquiera de sus estadios biológicos. Una sociedad que quiera llamarse democrática puede fomentar y promover a cultura de la muerte.
Qué la vida humana debe respetarse desde su comienzo hasta su final es una verdad que no necesita vencer, sino convencer al ignorante o malévolo. En Estados Unidos, desde que se iniciaron las campañas de ayuda a las mujeres embarazadas para que no abortasen, la cifra de abortos ha disminuido considerablemente. Sin duda hay que prestar todo el apoyo a la mujer, pero ese apoyo no puede ser la fácil solución de decirle: puedes abortar, es un derecho. Cuando una persona conoce todo el misterio, inteligencia, belleza y bien que existe en todas las etapas de la vida humana, desde la grandeza del poder genésico hasta las fascinantes relaciones biológicas que se establecen entre la madre y el hijo que lleva en su seno, cuando se conoce el desarrollo del ser humano desde el cigoto hasta el momento del parto, surge el respeto, e amor sincero por ese ser y en consecuencia la actitud de protección. De la unión de un espermatozoide y un óvulo humanos surge la creación más bella y valiosa del universo: un ser que viviente y amante.
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