Resumo la carta que me envió una amable lectora, a la que pedí permiso para publicarla en el blog:
"Hace unos meses mi abuela murió en un hospital madrileño. Me llamaron urgentemente porque le habían detectado un tromboembolismo pulmonar al desmayarse. El desmayo le produjo un derrame, por lo que me dijeron que ambas cosas eran intratables (y más adelante, que ya tenía destruido demasiado pulmón), así que sólo cabía esperar. ¿Cuanto? Me dijeron que podían ser horas o meses. Realmente fueron 5 días. No sé si podrían haber sido más. Un familiar que monopolizó sus cuidados quería que "dejara de sufrir" cuando antes, comentándoselo a los médicos constantemente. El primer día le administraban morfina periódicamente, el segundo le pusieron un goteo con morfina que fueron subiendo cada vez más hasta que entró en coma, según me dijo un médico. Un día que no pude ir, el familiar que estaba allí me dijo que le habían quitado el suero porque "hacía mucha mucosidad y le molestaba". Ante mi escándalo (mi abuela sólo tenía el suero, la morfina y una mascarilla de oxígeno), pedí al familiar que exigiera que volvieran a hidratar a mi abuela... Hasta que no llegué yo al día siguiente (entre 30 y 40 horas después de que le quitaran el suero) y fuí bastante enfada al control de enfermería a EXIGIR que le pusieran el suero a mi abuela, allí estuvo ella resistiendo sola... Cuando vino el médico se lo comenté indignada, y me dijo que efectivamente no debería estar sin suero... que sería porque pensaban que se iba a morir en breve (claro! y si le ponen una almohada en la cabeza, antes todavía!). Todos los días veía como los números de la máquina que dosificaba la morfina y el sedante iban aumentado...Finalmente, habiendo terminado de rezarle el rosario al oido, cogiéndole de la mano, dejó de respirar con dificultad y su respiración se convirtió en un suspiro... Le apreté fuerte la mano y le dije las últimas palabras de aliento mientras respiraba por última vez, a solas conmigo."
Lo primero es agradecer a la lectora que ha querido compartir su historia con todos ustedes. Este estremecedor relato nos sirve para poner en perspectiva el drama silencioso que está ocurriendo ante nuestros ojos, cada día en los hospitales. Estamos tan engañados por la sociedad de consumo que consideramos que una vida de un enfermo agonizante no tiene ya valor, porque ya no es útil: "Para que siga sufriendo, mejor que se muera ya". Y cuando no se muere lo rápido que quisiéramos, a ver si los médicos pueden hacer algo... Se trata de una práctica comúnmente aceptada de eutanasia encubierta, la que va subiendo la dosis letal hasta lograr la muerte de alguien a quien consideramos que "ya ha vivido lo suficiente", y que ahora "está sufriendo".
¿Es tan difícil entender que nadie tiene el derecho a decidir sobre la vida de otro? ¿Que cada vida merece la pena vivirse incluso cuando el propio individuo quisiera morirse y no puede? Lo que deberíamos asegurar es que las unidades de cuidados paliativos estuvieran, en primer lugar, separadas del resto de pacientes (cosa que no ocurrió en el caso de nuestra lectora). Que no se permitiera el sufrimiento de los que, en agonía no desean seguir sufriendo. Y que se permitiera el consuelo y acompañamiento espiritual de los que así lo desearan en el último trance. Nadie va a un hospital, en principio, a que le maten, sino a que le curen o, si no es posible, a que mejoren su calidad de vida cuanto sea posible. Esto y no otra cosa, es lo que merece el calificativo de CUIDADOS PALIATIVOS: Paliativos del dolor. Lo contrario, lo que se está haciendo hoy en día, más bien debería llamarse MUERTE INDUCIDA. Y aunque se haga en la pulcritud de un hospital, es repugnate y apesta.
"Hace unos meses mi abuela murió en un hospital madrileño. Me llamaron urgentemente porque le habían detectado un tromboembolismo pulmonar al desmayarse. El desmayo le produjo un derrame, por lo que me dijeron que ambas cosas eran intratables (y más adelante, que ya tenía destruido demasiado pulmón), así que sólo cabía esperar. ¿Cuanto? Me dijeron que podían ser horas o meses. Realmente fueron 5 días. No sé si podrían haber sido más. Un familiar que monopolizó sus cuidados quería que "dejara de sufrir" cuando antes, comentándoselo a los médicos constantemente. El primer día le administraban morfina periódicamente, el segundo le pusieron un goteo con morfina que fueron subiendo cada vez más hasta que entró en coma, según me dijo un médico. Un día que no pude ir, el familiar que estaba allí me dijo que le habían quitado el suero porque "hacía mucha mucosidad y le molestaba". Ante mi escándalo (mi abuela sólo tenía el suero, la morfina y una mascarilla de oxígeno), pedí al familiar que exigiera que volvieran a hidratar a mi abuela... Hasta que no llegué yo al día siguiente (entre 30 y 40 horas después de que le quitaran el suero) y fuí bastante enfada al control de enfermería a EXIGIR que le pusieran el suero a mi abuela, allí estuvo ella resistiendo sola... Cuando vino el médico se lo comenté indignada, y me dijo que efectivamente no debería estar sin suero... que sería porque pensaban que se iba a morir en breve (claro! y si le ponen una almohada en la cabeza, antes todavía!). Todos los días veía como los números de la máquina que dosificaba la morfina y el sedante iban aumentado...Finalmente, habiendo terminado de rezarle el rosario al oido, cogiéndole de la mano, dejó de respirar con dificultad y su respiración se convirtió en un suspiro... Le apreté fuerte la mano y le dije las últimas palabras de aliento mientras respiraba por última vez, a solas conmigo."
Lo primero es agradecer a la lectora que ha querido compartir su historia con todos ustedes. Este estremecedor relato nos sirve para poner en perspectiva el drama silencioso que está ocurriendo ante nuestros ojos, cada día en los hospitales. Estamos tan engañados por la sociedad de consumo que consideramos que una vida de un enfermo agonizante no tiene ya valor, porque ya no es útil: "Para que siga sufriendo, mejor que se muera ya". Y cuando no se muere lo rápido que quisiéramos, a ver si los médicos pueden hacer algo... Se trata de una práctica comúnmente aceptada de eutanasia encubierta, la que va subiendo la dosis letal hasta lograr la muerte de alguien a quien consideramos que "ya ha vivido lo suficiente", y que ahora "está sufriendo".
¿Es tan difícil entender que nadie tiene el derecho a decidir sobre la vida de otro? ¿Que cada vida merece la pena vivirse incluso cuando el propio individuo quisiera morirse y no puede? Lo que deberíamos asegurar es que las unidades de cuidados paliativos estuvieran, en primer lugar, separadas del resto de pacientes (cosa que no ocurrió en el caso de nuestra lectora). Que no se permitiera el sufrimiento de los que, en agonía no desean seguir sufriendo. Y que se permitiera el consuelo y acompañamiento espiritual de los que así lo desearan en el último trance. Nadie va a un hospital, en principio, a que le maten, sino a que le curen o, si no es posible, a que mejoren su calidad de vida cuanto sea posible. Esto y no otra cosa, es lo que merece el calificativo de CUIDADOS PALIATIVOS: Paliativos del dolor. Lo contrario, lo que se está haciendo hoy en día, más bien debería llamarse MUERTE INDUCIDA. Y aunque se haga en la pulcritud de un hospital, es repugnate y apesta.
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